pero
las piedras que agonizan allí arriba
nunca
resquebrajan la cúpula,
que
artificialmente nos protege.
Los
ángeles, infelices,
lloran
cristales de esparto,
que
destrozan los cuerpos
de
los escarabajos lunares,
que
no levantarán mas sus cabezas
del
suelo, lleno de charcos
que
inundan nuestra tierra,
forzándonos
a emigrar al Universo,
mudando
nuestra piel,
convirtiéndonos
en corazas,
que
bailan música idiotizante
para
no pensar jamás,
para
no sentir dolor.
Superlativos
exiliados:
los
años a velocidad de la luz,
no
nos perdonarán.
¿Están
ustedes dormidos?
Los
aprisiona un sueño gris.
El
monarca sonámbulo quería
tirar
por la borda de un barco
que
no consigue volar hacia las estrellas,
un
lastre que era yo,
a
punto de perder el peso
en
el vacío espacial,
a
punto de perder el alma
para
convertirme en paradoja,
chiste
de filósofos y carniceros:
no
podemos vender al quilo,
sin
gravedad.
Todos
nos agarramos,
para
no caer, cuando
lo
que tenemos debajo es infinito.
¿Y
sobre nuestras cabezas?
Puede
que haya tormenta.
Todos
tenemos miedo a desaparecer,
a
la inercia que nos regresa al polvo,
del
que nacemos,
provocando
una gran rebelión,
la
lucha de la vida contra la inercia,
que
ahora llena nuestros corazones huecos,
aferrando
antorchas como si fuesen soles.