SE ESTÁN COMIENDO LOS UNICORNIOS
No me llamen falta de fe, que yo creo en los unicornios.
No me llamen falta de fe, que yo creo en los unicornios.
Después de esa generación que se llamó la de los mileuristas, que
ronda ahora los 30 y se quejaban de que les habían vendido que
estudiar garantizaba un futuro laboral deseable: ser médicos,
abogados, profesores, publicistas, traductores... Después de ellos,
venimos los niños de los 90, una generación hipercualificada
(hiperformada, hiperdeformada...) que vivió el auge de Internet a
principios de los 2000, y muchos de los cuales hemos estado en un par
de países diferentes, al menos de visita, gracias a las becas
Erasmus. A nosotros no nos vendieron nada, a mi al menos, no, ya en
casa me advirtieron de que estudiar no garantizaba nada, fui
consciente del grave aumento del paro en España sobre el año 2001
(tenía 11 años) y la cosa sólo ha empeorado. Desde entonces, nos
persigue una constante sensación de estar palpando el fracaso, de
ser niños para siempre, porque este país no nos permite crecer y
tener un contrato-basura (unicornio), es tener suerte. A los niños
nos encantan los unicornios.
La nueva clase social que estamos generando, y a la que ahora quiero pertenecer, porque la alternativa es el desempleo, y es mejor creer que todo se arreglará en un par de años (que no se extinguirán los unicornios) que no creer en nada. La bendición social hacia los contratos-basura nos está estancando en el estado permanente de becarios o estudiantes en prácticas. Después de alcanzar el casi onírico mundo laboral, queda un camino largo a la independencia económica. Los primeros, los becarios, no cobran, se llama “compensación económica” a lo que la empresa quiera, o no, pagarles; los segundos, los aprendices, sí cobran. Según sus sueldos, ambos son generalmente pobres, es decir, por debajo del llamado índice de pobreza; en España, cinco de cada cien personas lo está, pero ni nuestros padres ni el Estado quieren que dejemos de creer en los unicornios.
En los últimos años el uso de la
palabra “becario” ha tenido un repunte aterrador, damos por
supuesto que tender un puente
escuela-empresa es una medida integradora, pero, como suele suceder,
se nos pierden detalles en el camino de la teoría (unicornio blanco
con purpurina) a la práctica
(pony deforme).
La realidad es dura, pero nadie nos
quiere a nosotros, becarios y aprendices, recién salidos de la
escuela, por debajo de los 25 y con unicornios en la cabeza; hago
mala publicidad de mí misma, pero soy honesta. El becario es,
utópicamente, un recién titulado, que cambia su tiempo por
aprendizaje y experiencia. Pero, regresando a la realidad, lo que
suele hacer es ocupar el puesto de un trabajador que la empresa no
puede o no quiere costear y por supuesto, lo hace mal. Tener becarios en la
plantilla, significa, a nivel legal, dar oportunidades a los jóvenes
y recibir por ello bonificaciones del Estado, pero, cuando se cierran
las actas del último curso en la Escuela, dejamos de
gozar de este privilegio y pasamos a buscar trabajo como aprendices y cobrar por primera vez un sueldo. Mientras nosotros hacemos
cola en el paro, la empresa escoge otro estudiante de último curso y
sigue recibiendo sus unicornios.
"Se
busca joven diseñador gráfico todoterreno, proactivo, con muchas
ganas de aprender. Requisitos: enseñanzas artísticas regladas,
programas Suite Adobe, 3D, maquetación web, UX, redes sociales,
nivel alto de inglés y nociones de caza de unicornios multicolor.
Imprescindible convenio con escuela".
En los casos de
éxito (unicornios blanquiazules), el becario termina sus prácticas
y la empresa desea conservarlo en su plantilla una vez terminado el
convenio de estudios, entonces puede, durante un máximo de dos años
y un mínimo de séis meses, siempre antes de que hayan pasado cinco
desde la finalización de sus estudios, contratarlo como aprendiz,
cobrando no menos del 60% del sueldo de otro trabajador que desempeñe
un trabajo equivalente. Teniendo en
cuenta los salarios mínimos en el 2014 según el Ministerio de
Empleo y Seguridad Social. El Salario Mínimo Interprofesional, es de
645,30€ (brutos) y para Ingenieros y Licenciados de 1.051,50€
(brutos). Dependiendo de la jornada, cualificación y porcentaje que
se le decida pagar (tomaremos 60-75% del sueldo equivalente) el suelo
de un aprendiz o trainee oscilaría entre 300€ y 900€/mes
(netos). Como dato de contraste, en las grandes ciudades, donde hay
mas movilidad de puestos de trabajo, alquilar una habitación en un
barrio periférico cuesta, difícilmente, menos de 200€ al mes y el
precio medio son 300€. Es decir, que trabajamos para ser pobres,
pero creemos en los unicornios.
Por
último, me retracto del título para decir que no es que se estén
comiendo ahora nuestros
unicornios, que se los siguen comiendo, sino que llevan comiéndoselos
tanto tiempo y con tanta gula (porque están riquísimos), que están
en peligro de extinción.
¿Qué
van a hacer cuando se acaben? ¿Comerse a los dragones?
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